Podría
haberme de vuelto a la cama, reposar mis huesos adoloridos, cerrar los ojos y
dormir un sueño hermoso, pero el poder de la mañana besó mi frente con su aliento fresco, me dejó
despierta y comencé a sentir el abanico
de sensaciones de ese andar de madrugada, no iba sola en las calles que me
llevan al colegio de mi peque. El bosque con caballos pastando, perros
ladrando, el inconfundible canto de
gaviotas, vehículos apresurados, mamás regañando y otras mimando. Miraba el
rostro de esos pequeños estudiantes, algunos vivaces, otros resignados y aún adormilados por el regreso a las aulas.
El sol se posó en mis cabellos y puso su mano en mis hombros, como si supiera que cargo el peso acumulado de un largo cansancio. Esta vez me quedé quieta llenándome de su energía, mientras cerraba los ojos pensaba en esos comienzos que no hay que dejar a medias en el teatro de la vida, donde el actor debe continuar su obra sin hacer notar al público sus penas y dolores del alma.
Entonces…,
proseguí mi camino hasta llegar a mi escritorio y ahí estaba, iluminado por el
sol colándose en mi ventana, con mi pc encendido esperando ansioso que llegara
y describiera el despertar de la mañana. Ah!!.. llegar a casa y encontrar las
calidez de mis paredes sólidas, evocando
la cita con mi café que aún espera para abrigar mis manos heladas, son los
aromas de vísperas de otoño que de mi jardín emanan.
Vivian Ceori
©®
Pintura:
Yuri Yarosh, 1969, Rusia