La
tarde escribió pensamientos en la arena, el viento sopló las nubes viajeras,
mis manos frías se refugiaban en los bolsillos, mi corazón se sentía débil pero el sonido del oleaje aceleraba mis
latidos con la fuerza del amor al mar. Caminar por esos paisajes es como volver
a la vida, sentir la brisa fría rozando tu cara, dejar que los pequeños rayos
de sol deslumbren tus ojos, respirar y en cada hálito recargar energía.
No
sé cómo pude sobrevivir lejos de él, sin embargo siempre que vuelvo a reencontrarme
con las huellas del ayer quedo empapada de dicha y melancolía. Será porque en estos
días grises se acrecienta la añoranza y el deseo de permanecer refugiada al
calor, se busca la dulzura entre nubes y
sollozos, la soledad se vuelve compañera y los cristales hacen llover las
ilusiones en tu ventana.
Son
las secuelas del otoño que penetran a mi alma y
también a mis huesos, son las ventiscas que se cuelan por los tejados,
las flores que se guardan, son los jardines tristes y sin colores, son las
calles vacías, el olor a tierra mojada y
es la ausencia de ganas de salir a conquistar el mundo. Es una larga espera del paso de las estaciones
para volver a vestirse de primavera.
Vivian
Ceori ©®
Relatos
de otoño 2019