El amanecer
tomó mis manos y me llevó por colores distintos, la brisa fría hacía temblar
mis labios desolados, más mis ojos ya venían desde antes acompañados. Te dejé guiar
mis pasos por los cerros de otros llanos, te dejé llevarme al mar y jugar con
la arena blanca, te dejé entrar en mis recodos deshabitados, exhausta de
estacionarme sin llegar a ningún lado. Mientras las horas iban avanzando por el
trayecto de nuestras vidas.
No
quisiste volver atrás, era demasiado tarde para abandonarme a la suerte de lo
que deparaba el día. Decidiste dejar a un lado tus sueños y sumarte a los míos,
arriesgarte a cruzar el umbral de mis letras y caminar junto a mí, sin hacer
pregunta alguna. Y las horas pasaban fugaces!!...fugaces… frente a nosotros, me
abrazabas como si al marchar jamás volvería a verte. Me despojaba de tu pecho
cada vez que una gaviota se robaba mi atención, y en cada nube que contemplamos
navegamos mar adentro.
La tarde
caía, ¡quién hubiera pensado que llevábamos medio día tratando de despedirnos!,
mas el tema de conversación jamás se extinguía, pero los colores cambiaban con
el paso de las horas. Cambiaba también el sentir de la mañana a la tarde, hasta
el corazón se agitaba de otra manera. Nuestras miradas atentas buscaban romper
esa distancia de centímetros para suspirar ante el estallido de emociones, sabiendo
que al caer la noche el adiós era certero. Sin embargo el destino nos tenía un
mañana juntos preparado.
“Ceori”