Aprendí a
volar por fuertes vientos
por los
amaneceres grises,
siempre
inquieta e incansable,
hasta ver
llegar la luna.
Aprendí a
divisar el faro
con los
ojos en penumbras.
Aprendí a
danzar en las alturas
a hacer
piruetas y aterrizar
de muchas
maneras.
Aprendí a
frenar y a descansar,
y cómo
volver rumbo al cielo,
aprendí a
reconocer mi mar.
Pero hubo
un vuelo
que
anunciaba un final
no más
vuelcos bruscos
no más
noches desveladas,
no más
mar y luna plateada.
Y me
quedé paralizada,
Anestesiadas
las Alas,
mudas las
emociones,
sin saber
si era de día o de noche
o en qué
fecha y lugar estaba.
Un vuelo
que confundía
hasta el
sonido de las palabras,
piruetas
en mis sueños
e
ilusiones en la nada.
Aprendí
que dormir
es volar
sin cuerpo y sin alas,
que en el
silencio más simple
se hacen
ecos detrás de las montañas.
Que la
nostalgia no es más
que
negarse a abrir la ventana
y que el
dolor no es amigo
pero
tampoco el bandido
que te
corta las alas.
Aprendí a
volar lesionada
y sin
quejarme de la marea
que a
veces azota más fuerte,
pero cada
vuelo es una tarea,
y cada viaje
un motivo
para alzar
la mirada.
Entonces:
Vuelo lento
vuelo bajo,
pero vuelo a mi manera,
y no me
doy por vencida
aunque se
estropeen las velas.
“Ceori”