Pequeñas islas jugando en el mar, un horizonte
dorado, orillas espumosas que golpean con las piedras, caminos de maicillo,
angostos y largos que llevan a maravillosas parcelas con vista al mar escondidas del mundo. Allí en medio de todo
el gozo que se hace inmenso, ahí en el borde que separa el cielo y el
océano, comienza la danza del sol que hace relucir los colores del crepúsculo,
robándose las miradas, deslumbrando a las nubes negras, bañándose en el mágico
misterio de hojas viajeras, huele a eucaliptus resecos, hierba amarilla,
inmensas rocas acompañan el camino, y las piedras talladas por el paso del
tiempo, hacen eco con el polvo del viento, la velocidad no permite escuchar el
trinar de las aves… entonces cierro los ojos y lo recuerdo con la voz del pensamiento.
¡Oh! el ocaso que dio paso a las sombras
heladas, que susurran a la noche, una tenue luz de fuego que rodea una cuerda
de mar y cielo, que embelesa a mi espíritu y se deja adorar por el reflejo de
mis pupilas.
“Ceori”