No quería
volver allí, donde mi mar se había
arrebatado, le había tomado una cierta distancia, pero la noche y la luna se hicieron cómplices para espantar
los miedos y hacer brillar nuevamente
mis pececitos de plata. Brillaban también mis ojos al verte tan serena, tu
espuma ahora era, como caricia ligera, mientras los faroles de mi playa se
mezclaban con los reflejos de luna.
Era una
noche fría donde tanto te extrañaba, que el viento helado me encontró, buscando
tus huellas tibias, y susurró palabras a mi oído, que me llenaron de magia. Me
hubiese quedado ahí, petrificada, ensimismada en mis recuerdos mientras la luna
alumbraba, pero mi cabeza un poco
confundida quería llegar al calor de nuestra casa.
Allí, en
esa soledad llena de silencios que hablan, cerré mis ojos y besé tu cara. Tomé
la pluma que ya llevaba bastante tiempo guardada y dibujé tu cuerpo para que me
abrazaras. Ya no había tempestad, llegaba por fin la calma, poco a poco en ese
abrazo, mis dolores se marchaban, al mismo tiempo que al abrir mis ojos tu
silueta se esfumaba. Alcancé a quedarme con el sabor de tus besos y con las caricias suaves que dormida me
dabas.
Nuevamente
yacía en el sigilo de la noche, con tu imagen traspasando el pensamiento y la
luna titilaba como mil estrellas alborotadas. ¡Ay! eran los latidos de mi
corazón que se aceleraban, al tratar de saber si era real o un sueño que me
fundí en tu almohada…
Tan fría
estaba la noche, tan serena la luna, tan quieto el mar y tan nítido tu
recuerdo.
“Ceori”
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Vivian Ceori