Dicen que los ojos son el
espejo del alma, ellos hablan por sí solos, echan fuera nuestros miedos,
emociones, alegrías, tristezas y frustraciones. ¡Ay! cuánta carga para dos
luceros que dibujan nuestro rostro. Y la sonrisa... ¡ah! no hay sonrisa que no
sea hermosa, aunque a veces guarde nostalgia, aunque a veces sea forzosa. Se
nos salva el corazón que lo cubre la piel y podemos taparlo con la ropa, que
aunque sangre una herida por dentro, nadie lo nota por fuera. A menos que los
ojos demuestren el dolor del alma.
Vamos por la vida tan atentos tratando de que nada nos lastime. Es por eso que por muy abiertos que tengamos los ojos y por muy preparados que pensemos estamos, nada evita que salgamos en algún instante lesionados. A eso le llamó "escuela de la sabía vida". Así que poner escudos no sirve de nada. En el escenario que nos toca actuar, el día a día no admite ensayo.
Salimos a escena sin un plan
secundario. Todo es primicia, todo pasa en un instante. No hay tiempo de pensar
en una estrategia, la vida no tiene paso 1, 2, 3 ..., o un manual de cómo
enfrentarla, simplemente es, simplemente desarmados y desnudos por ella vamos.
Nos toca vestir el traje que
nos despierta al alba, ese bendito regalo que toca nuestra ventana regalándonos
la luz del día, ya sea con sol, ya sea con nubes, ya sea con un camino lleno de
espinas que podar. Porque somos unos buscadores de soluciones, caminantes que
vamos puliendo el camino, almas que quieren llegar a destino. Somos fuerza,
somos luz. Somos el rostro de nuestra alma.
“Ceori”